Es importante y trascendente para mí que se formen comités que dirijan el fin de las universidades y que estén compuestos por personas con formación académica y empresarios y que entre todos y trabajando por el bien de la formación profesional logren enriquecer las matriculas actuales, que se desarrollen talleres de actividades reales, que se imparta lo teórico pero se haga practico en el mismo momento.
En estos momentos las empresas han desarrollado sus propias herramientas de educación, creando institutos para capacitar y formar a su personal sobre ciertos puntos específicos y esto nace del entorno en donde se dan cuenta que no hay una oportunidad afuera que les llene y que se apegue a la realidad que se está viviendo.
Hablando de Chile, justo cuando más de 270 mil postulantes a las universidades comenzaron a rendir la Prueba de Selección Universitaria (PSU) reaparecieron con más fuerza las críticas a este instrumento, que hace 7 años reemplazó a la Prueba de Aptitud Académica (PAA) y que actualmente está siendo sometida a su primera auditoría internacional.
Expertos educacionales, investigadores, líderes estudiantiles y hasta rectores que incluso la utilizan para seleccionar a sus alumnos urgen cambios, argumentando que no es suficientemente predictiva, que profundiza las inequidades, que es regresiva y hasta poco transparente.
La PSU ha entrado en una fase crítica de revisión por lo que se espera que en uno o dos años a más tardar se tenga una prueba perfeccionada
Es necesario separar los cambios que requiere la PSU de las modificaciones que se le debe hacer a todo proceso de admisión a las universidades, con el fin de hacerlo más equitativo.
La PSU es un instrumento de selección y no de equidad. Por ello la prueba debe interesar a los planteles que buscan incorporar alumnos de muy buen estándar académico, por lo que debe ser capaz de identificar a esos alumnos. Hasta ahora eso no está suficientemente claro, porque no hay estudios en profundidad que así lo demuestren.
Hay que incorporar nuevas formas de evaluación para seleccionar estudiantes talentosos, independiente de si tienen o no buenos puntajes en la PSU. Por ejemplo, usando el ranking de notas que logran en su curso, realizando pruebas escritas o pidiéndoles portafolios que den cuenta de sus potencialidades en su trayectoria escolar.
De esa manera se abordaría la equidad en el acceso a la universidad, pero no le pueden pedir a un instrumento que fue construido para seleccionar que compense inequidades externas.
Me gustaría empezar con una mención:
"Las buenas universidades son comunidades de estudiantes y profesores dedicadas a la preparación profesional, pero también a la conversación intelectual libre, rigurosa e indagatoria. Son comunidades dedicadas a la exploración por la belleza y asombro de la exploración misma"
Enrique Barros Profesor de la Facultad de Derecho de la U. de Chile; consejero del CEP. Arturo Fontaine Profesor de la Facultad de Filosofía de la U. de Chile; director del CEP.
El sistema educacional, en un país libre y democrático, ha de perseguir una pluralidad de fines: cobertura, calidad, equidad, diversidad, integración, entre otros. Puede haber tensiones entre estos fines o bienes. Hay que saber que no todo se puede lograr a la vez y en el mismo momento.
La calidad en la educación tiene dos dimensiones: la calidad académica, y la formación de hábitos y la educación del carácter. La calidad académica importa, porque contribuye a elevar nuestra sensibilidad, inteligencia y conocimiento. La universidad en su sentido clásico es una institución de excelencia, que está en las fronteras del conocimiento y de las humanidades. Y es bueno para la sociedad que haya buenos médicos o matemáticos.
Los requisitos que exigen las mejores universidades, en todo el mundo, para seleccionar a sus alumnos no son sólo un premio al mérito individual. Ser admitido en la católica o en la Chile, por ejemplo, depende de notas escolares y del rendimiento en pruebas de admisión, que mucho deben al talento innato, a la cultura del hogar, a los hábitos de conducta y de pensamiento que haya entregado la escuela.
"Maravillarse ante lo desconocido, y no la expectativa de beneficio que se pueda lograr gracias a los descubrimientos, es el primer principio que lleva a la humanidad al estudio de la filosofía, de esa ciencia que pretende revelar las ocultas conexiones que unen las diferentes apariencias de la naturaleza".
Adam Smith
Ningún país que se piense a sí mismo en serio puede renunciar a universidades de primer nivel, capaces de pensar nuevas rutas.
La equidad puede concebirse de diversas maneras. Un buen punto de partida es pretender a que la calidad sea menos dependiente de la cuna. Si el talento natural se distribuye de manera semejante, es injusto que quienes no tengan la suerte de tener padres educados o con dinero no puedan ir progresivamente acortando las desventajas de origen.
Se habla de prohibir las universidades privadas, pero esto solo iría en contra de la calidad de la educación y del progreso de la nación.
La diversidad, a su vez, reconoce el pluralismo en lo religioso, filosófico, político o estético.
De hecho, muchas de las mejores universidades privadas están orientadas por conceptos fuertes en algunos de esos sentidos. Lo mismo ocurre, y de manera más acentuada, en la educación escolar.
A la diversidad se opone la uniformidad educacional, que es lo que se busca en estos momentos, la igualdad de oportunidades y de educación prestada en todos los planteles y sistemas educativos, que lo mismo que se dé en las zonas urbanas y desarrolladas sea lo que se den en la zonas marginadas e indígenas. Algo que contradice la forma en que estamos pensando.
La integración apunta a que se eduquen juntos en el mismo establecimiento jóvenes de diversos estratos sociales y de distintas pertenencias culturales, religiosas y políticas. A la integración se opone la segregación.
El sistema escolar y el universitario pueden lograr estos bienes de manera más o menos equilibrada. Por ejemplo, en Chile parece haber bastante diversidad, pero mucha desigualdad en calidad; bastante cobertura, pero mucha segregación.
Un sistema puede ser muy desigual en resultados académicos y, además, segregado. Es lo que ocurre en el sistema escolar chileno. En buena medida, porque la sociedad es muy desigual y la ciudad misma está muy segregada. Pero también puede suceder que el sistema sea bastante integrado socialmente y, sin embargo, desigual.
El financiamiento compartido, por ejemplo, introducido como opción en el sistema escolar en 1993, siendo ministro de Educación don Jorge Arrate, apunta a mejorar la calidad con aportes de los padres. También contribuye a la diversidad de proyectos educacionales. Cumple fines valiosos, aunque no esté dirigido a aumentar la integración.
Algunos incentivos pueden promover la integración.
Por ejemplo, premiar económicamente a las universidades y a los colegios que acepten alumnos vulnerables.
Los padres buscan que la educación externa refuerce la educación de la familia, y el de la sociedad para que los jóvenes definan sus propios ideales, reconociendo su libertad moral. Los padres, por así decirlo, quieren formar herederos y el estado, ciudadanos.
El supuesto es que sólo se puede educar a ciudadanos con la actitud crítica característica de una sociedad democrática, si los jóvenes conviven desde temprano con otros de distintas procedencias sociales y económicas, con diversas visiones de mundo.
Ello supondría prohibir tanto la educación particular pagada, como la particular subvencionada. Siguiendo la misma lógica, no debiera haber universidades privadas. Se trata de una tesis que da importancia superior a la integración como fin del sistema educacional. Aunque ello signifique sacrificar otros bienes valiosos.
No ha sido el enfoque que ha predominado históricamente en Chile. El Estado empezó a financiar escuelas y universidades privadas desde hace mucho tiempo.
Las subvenciones fueron introducidas para multiplicar los recursos en educación, pero también para dar cuenta del pluralismo, de la contienda entre católicos y laicos. Y para apoyar los esfuerzos educacionales de los franciscanos en La Araucanía, y de los alemanes en el sur; y también para consolidar la educación femenina, por ejemplo.
La cuestión no es simple, porque no es obvia la elección entre diversidad e integración; ni entre calidad y cobertura.
Acostumbramos a poner acento en los instrumentos, pero quizás atendemos poco acerca a qué bienes o fines queremos conseguir y de qué manera un bien valioso puede resultar ignorado si la discusión se ideologiza. La regulación y orientación del sistema educacional debe hacerse cargo de una pluralidad de fines, buscando un balance adecuado.
Por ejemplo, todo indica que la explosiva expansión de la matrícula universitaria es un juego de máscaras, en que los más desprotegidos hacen como que estudian lo que no están en condiciones de aprender, y algunas instituciones hacen como si fueran universidades de verdad. Atendidas las limitaciones de capital cultural de muchas familias chilenas y los actuales estándares de la enseñanza escolar, lo más razonable para dar un salto cualitativo, evitando esa ficción, es una educación técnica de calidad; no una educación que se dice universitaria, pero que terminará produciendo frustraciones.
La legislación de 1981 promovió que toda carrera se convirtiera en licenciatura; de cinco años, además. En razón de incentivos erróneos, recién ahora se están igualando los estudiantes de profesiones técnicas con la matrícula universitaria. Y universidades privadas de calidad, que persiguen fines no lucrativos, consistentes con la misión de una genuina universidad, son metidas en el mismo cambucho que las que ofrecen falsas ilusiones.
¿Por qué la Universidad de Chile?
Dado este marco, ¿por qué es necesaria la Universidad de Chile? Cuando el Estado la fundó a comienzos de la República, quiso asegurar la existencia de al menos una universidad nacional de excelencia.
El Estado inspirado "por las más sanas y liberales ideas, ha encargado a la universidad, no sólo la enseñanza, sino el cultivo de la literatura y las ciencias que contribuyese al aumento y desarrollo de los conocimientos científicos, que no fuese sólo un instrumento pasivo, destinado exclusivamente a la transmisión de los conocimientos ya adquiridos..."
(Andrés Bello, discurso en el aniversario de la Universidad de Chile, 1848).
A diferencia de otras instituciones de la enseñanza superior que sólo se dedican a la docencia, la Universidad de Chile, desde su fundación, ha aspirado a ser una institución selectiva, consagrada a la enseñanza que se sustenta en la investigación. Eso supone hoy equipos académicos estables de alto nivel, escogidos por su mérito.
La experiencia internacional muestra que instituciones de esta naturaleza, si son privadas, no tienen fines de lucro y cuentan con un patrimonio que les ha sido donado por particulares; y si son instituciones estatales, su financiamiento proviene principalmente (pero no exclusivamente) del Estado. A unas y otras, el Estado hace aportes vía becas y recursos para la investigación.
Al destinar recursos a esos departamentos académicos, el país no sólo fortalece la investigación científica y humanística y, en general, las profesiones que se nutren de tales disciplinas matrices. Muy especialmente, éstas contribuyen a mejorar la educación en el país, porque sólo los profesores que aman y dominan su disciplina pueden enseñarla fructíferamente.
Por eso, el desarrollo de las disciplinas básicas a nivel universitario es el mejor camino para generalizar el expandir la calidad de la educación escolar y combatir la desigualdad.
Se trata de un espacio donde se puedan analizar y poner en cuestión las más diversas formas de vida; donde la diversidad no sólo es teoría, sino presencia real.
En la Universidad de Chile, el pluralismo se vive cotidianamente con toda naturalidad. Un profesor de la universidad puede tener las convicciones más diversas y, sin embargo, las transmite con completa libertad. La interacción intelectual y humana que eso permite es una oportunidad muy valiosa para sus estudiantes y profesores. En especial para sus muchos alumnos que estudiaron en colegios homogéneos.
La Universidad de Chile representa los ideales de meritocracia y diversidad, que dan forma a una experiencia formativa que abre horizontes y amplía la visión de la vida; y ello es muy valioso en una sociedad tan segmentada como la chilena.
Pero para que haya integración no basta la mera yuxtaposición de estudiantes de diversos estratos sociales, y vertientes culturales, políticas y religiosas. Se requiere que en su interior primen prácticas enraizadas de comunicación mutua, de respeto por el otro, de análisis racional, de discusión informada y de espíritu de unidad en la pluralidad.
Muchos pueden temer que la Universidad de Chile tome el camino decadente de algunas universidades públicas hispanoamericanas.
Por eso, la universidad debe cuidar que desde ella misma surjan propuestas de buen gobierno, que la acerquen a las mejores universidades públicas. El corporativismo, que subyace a su actual forma de gobierno, favorece la composición de los intereses particulares en un archipiélago de facultades e institutos (en incluso dentro de éstos). Además, dificulta las conexiones vitales de la universidad con la sociedad en que interactúa. Las universidades públicas más exitosas se han alejado de ese modelo, que ha resultado ruinoso en tantos lugares de nuestro continente. Que la Universidad de Chile sea pública exige una mayor participación de toda la sociedad chilena en el cuidado y cumplimiento de sus fines.
La educación escolar tiene en Chile más de socialización que de autocreación. En la Universidad de Chile, el énfasis debe estar puesto un poco más en el examen y en la creación del yo.
Para ello es necesario un contacto habitual con el pensamiento teórico, las obras de arte y las tradiciones intelectuales que impregnan la manera como sentimos, imaginamos y pensamos.
Como contrapartida, se requiere un ambiente de trabajo estimulante y una adecuada retribución para sus académicos. Todo ello supone revisar su régimen de gobierno y, más profundamente, sus relaciones con la sociedad chilena.
Un estudio comparado muestra que las más exitosas universidades públicas en tres continentes son gobernadas por un consejo directivo compuesto por académicos y por personalidades externas a la universidad, que tienen experiencia en gestión pública o empresarial. A ese órgano de composición plural corresponde definir la estrategia, para que la universidad cumpla su misión académica de excelencia, y designar y remover al rector.
El gobierno universitario simplemente debe facilitar que esa peculiar forma de vida -la universitaria- florezca en un ambiente de creciente excelencia y libertad.
Las buenas universidades son comunidades de estudiantes y profesores dedicadas a la preparación profesional, pero también a la conversación intelectual libre, rigurosa e indagatoria. Son comunidades dedicadas a la exploración por la belleza y asombro de la exploración misma. En esas conversaciones, estudios y exploraciones, se teje parte importante del futuro de nuestro país; como el de toda sociedad que quiera ser mejor.
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